Bajo el manto de la oscura noche, emerge la Carretanagua, un espectro que surca los caminos anunciando la llegada de la Muerte Quirina. Cargando consigo las almas en pena de aquellos que sembraron maldades en el pueblo, esta carreta fantasmagórica provoca un estremecimiento entre los lugareños. La incertidumbre y el desasosiego se apoderan de la gente cuando, al día siguiente de su paso, alguien encuentra su destino final.
«Se la llevó Muerte Quirina en La Carretanagua,»
susurran entre temores, mientras la pregunta resuena en la mente de todos: ¿Por quién vendrá esta noche la Carretanagua? La comunidad se ve envuelta en un aura de terror al escuchar el estruendo que acompaña el andar de la carreta en las noches oscuras y tenebrosas, como un presagio sombrío.
La Carretanagua, una reliquia desgastada por el tiempo, avanza con estrépito, rodando sobre un empedrado invisible, golpeándose y sacudiéndose con cada paso. Su presencia, como un eco macabro, silencia las calles a altas horas de la noche, sumiendo a los valientes en la penumbra del miedo.
A través de las ventanas, algunos audaces se atreven a espiar y describen una carreta antigua, cubierta por una sábana blanca que ondea como un toldo funerario. A la cabeza de esta procesión mórbida está la Muerte Quirina, envuelta en un sudario blanco y portando su guadaña sobre el hombro izquierdo. Dos bueyes, esqueléticos y flacos, de colores sombríos, tiran de la carreta, cuyas ruedas parecen incapaces de girar en las esquinas.
En el tejido de mito y realidad, la Carretanagua se presenta como la sombra de la carreta cotidiana, una entidad nocturna que despierta temores profundos. La carreta embrujada, nahualli de nuestro pueblo, se convierte en una visión infernal que desencadena el pavor entre los vecinos, manteniéndolos lejos de sus ventanas.
Los relatos hablan de las noches silenciosas, donde el chirriar de las ruedas y el aullido de los perros acompañan la marcha de la Carretanagua. Quienes se atreven a presenciarla quedan marcados por el miedo, con fiebres y pérdida temporal de la voz, mientras el eco de su paso resuena en los caminos solitarios.
Julia de Sutiaba, testigo de este espectáculo sobrenatural, relata la noche en que la Carretanagua se acercó. El estrépito, los animales inquietos y la oscuridad profunda crearon un escenario surreal. Dos figuras, las almas en pena de Quirina, portando velas, provocaron en Julia un terror incontrolable. La visión la dejó desmayada, y la fiebre que la consumió durante días se convirtió en el precio de atreverse a mirar más allá de la realidad tangible.
Así, la Carretanagua se erige como el guardián de un umbral entre realidades y mitos, una entidad que persiste en la memoria colectiva, marcando las noches con su presencia fantasmagórica y la certeza inquietante de la Muerte Quirina.